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23/1/12



“En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas”…
El Principito.

Ahora no podría explicar muy bien casi nada. Sigo creyendo que fue por vos. A veces tengo segundos de algo que quizás podría llamar conciencia absoluta y me siento parte de todo, del mundo, de lo que Leandro llama estar aquí ahora. De todas formas tengo mis momentos.
Hoy en la playa el atardecer me sorprendió en uno de esos segundos. O quizás yo lo sorprendí a él. No importa, no hay gran diferencia, estábamos ahí: su despliegue de colores magníficos y yo. Me sentí mínimo y ridículo con mis problemas de adolescente enamorado. Y así, mínimo y ridículo, no sé por qué recordé una frase que leí en algún libro o escuche en alguna película o, quizás, que acababa de inventar yo, es decir; el yo ese que todavía era yo y que estaba en la playa participando de un atardecer… la frase, claro: "nada he perdido porque sigo aquí". Si a alguien le suena de algo, por favor, si pudieran decirme, se los agradecería.
Entonces, les contaba: yo estaba ahí, en una playa y de repente me doy cuenta de que está atardeciendo y me encuentro a mi mismo pensando en que nada he perdido porque sigo aquí. Y después pensé que en ese mismo momento estaba amaneciendo allí debajo, pensé que mientras yo veía el sol desaparecer y pintar todo de naranja, algún chinito lo estaba viendo aparecer pensando vaya uno a saber qué cosa, quizás también en el amor. Y después pensé en El Principito y sus cuarenta y tres puestas de sol.
Y también pensé (y sentí) sobre todo; que no pasaba nada (o que todo pasaba, que vendría a ser lo mismo): solo terminaba un día acá y empezaba otro allá. Porque los días terminan, como termina el amor, como termina la vida; y no pasa nada. Pero sabemos que allá amanece, y que seguramente un chinito lo verá, porque una noche mientras contemplábamos los astros nos dimos cuenta de que la tierra era redonda, y nos inventamos los meridianos para calcular las horas exactas en cualquier parte del mundo.
Pero… ¿y si no lo supiéramos? ¿Si un buen día (un único día) nos dejaran solos y en la ignorancia en alguna playa y viéramos como poco a poco y con esa pomposidad que tienen los finales de cosas hermosas la luz se va apagando? ¿Acaso no nos desesperaríamos? ¿No viene de ahí la palabra desolación? Y si viniera alguien y nos dijera: no pasa nada, es solo la noche que nos toca para que otros puedan tener su día, pero pronto el sol volverá y ya no estarás desolado, nacerá un nuevo día y todo volverá a empezar. ¿Le creeríamos?
Claro que le creeríamos, dirán. Lo que pasa es que esas cosas las sabemos, y por eso las creemos, y por eso nos sentimos tan seguros de ellas. ¿Pero el amor? ¿Pero la muerte? Por qué será que nos cuesta tanto creer y sentir (sobre todo sentir) que no pasa nada; que el amor oscurece acá para iluminar un poco más allá, que la vida se apaga ahora para encenderse en otro lugar. Lo único seguro es que no se quedara inmóvil: nada, nunca.
Y el naranja se hizo azul y volví a perderme en lo de siempre: en extrañarte, en tener hambre, en el calor… Ha terminado el día acá, ha empezado allá.
No pasa nada me dije, y volví a casa con el mismo dolor que me causa tu ausencia y con el mismo miedo a la muerte.

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