Y ahora que ya es demasiado tarde
me doy cuenta, y me resulta tan extraño, como te molestaba que en mi
vida no hubiera más proyectos que tu mano tomando la mía. Tanto cielo
atravesado no alcanzó para jugar más tiempo con vos en tu casa de muñecas,
porque el juego consistía en disimular una vida perfecta en la que siempre sonreíamos
y yo nunca fui bueno para eso. Quizás ese seis de enero debí dejar mis zapatillas
en la ventana, quizás debí poner agua y pasto para los camellos, quizás debí atreverme a
pedirle a los Reyes Magos un autito blanco de juguete. Pero yo siempre me
olvidaba cosas en el ómnibus, y rápidamente aprendí que me dolía más perder un lápiz
de color rojo o verde, y que era una mala noticia que los lápices hicieran
ruido dentro de su caja, y que cuando pasaba eso mi único objetivo era encontrar
el color que faltaba y después ordenar mi cuarto y mi mundo para pintar en las
paredes hasta que por fin aprendiera a dibujar todo lo que es importante en
esta vida en la que a veces hace frío y llueve y entonces nos tapamos hasta las
orejas. Y vos que ni te imaginas todo el ruido que hace mi caja de lápices
desde que le falta tu color, quizás seguís escribiendo tu nombre en los márgenes de la página
de otra historia.
Foto: Burt Glinn.
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